A finales de noviembre
Sólo sé que era un día a finales de noviembre. Sábado, tal vez.
Sólo sé que ese día me enfermaba estar en casa. Y es que es terrible estar en un lugar así, a veces estamos mal, y a veces estamos fatal. Respirar el aliento de mi familia encerrado en las habitaciones y en la sala me hacían querer vomitar, tragarme los ruidos de sus gritos y sus voces me enfermaba más. Iba conmigo una playera ya muy vieja, una mochila, un cuaderno, audífonos, una cajetilla de cigarros acompañada de cerillos de mala calidad, mi viejo pie y mis viejos tenis, que siempre hacían un buen equipo. Era temprano aún, salí de casa al rededor de eso de las 2 p.m. y no tenía nada que hacer, más que perder el tiempo, no era problema, lo sabía hacer muy bien.
Recuerdo un lugar magnífico, bancas de madera y señoras platicando bebiendo café, café eran las bancas y amarilla la luz del sol que llegaba por mi frente acompañada del viento olor al tabaco de un anciano que no tenía nada mejor que hacer más que joder, con su humo, con su presencia. Era un día fresco, fresco como las aguas que vendían por ahí, y fresco como la lluvia que no caía. Pronto me aburrí y me fui.
Entonces llegué a otro lugar; "Los túneles" tenía por nombre aquel extraño parque, había enormes árboles, 10 metros de altos, dejaban caer su sombra contra todos sus invitados, me encantaba bañarme con ella, esa que me tapaba los ojos cerrados y me dejaba ver a través de sus ramas el cielo azul. Puse mi reproductor y me recosté en una banca, cubrí el ruido del exterior con el mío «Prefiero mi ruido, que el ruido de los demás».
Reproduje una y otra vez "La muerta" de Kill Aniston, mientras mi ojos permanecían cerrados contemplado las figuras sin forma y de color naranja con negro que bailaban en intervalos irregulares al paso del viento y la sombra, que eran el compás y la música de aquella danza en mis parpados. Fumé un cigarrillo. Era un buen cigarrillo. Me aburrí de la música pero aún no era la hora de partir, seguía siendo temprano, y si no era a casa, entonces no tenía a donde ir.
Entonces miré a la gente pasar, pasaban y pasaban frente a mí, todos con un destino, o no lo sé, me gustaba pensar que no, que estaban perdidos o perdiendo el tiempo, como lo hacía yo. «Míralos, van, van y van, no dejan de pasar, mujeres, hombres, niños, ancianos. Todos van hacia algún lugar, todos tienen algo que hacer, igual que yo lo tendré; faltando 15 para las 5» Fumé otro cigarrillo. Me pregunté que hacía allí, sentado, sólo, sin un lugar. Había escuchado antes decir: "Fumar te afloja la mierda". Qué gran verdad, pero esa era la primera vez que me pasaba, me dieron náuseas. De pronto me imaginé en casa, sentado en un cagadero, mirando mis pelotas colgar. Recargado de codos sobre mis rodillas y pensando que se aliviaba aquel martirio, pero no, si no era en mi cagadero, prefería no cagar.
De pronto el tiempo voló, voló como los pájaros de aquellas ramas. Sólo quedaba un cigarrillo, el peor cigarrillo. No lo había percatado, había alguien similar a mí, ahí, en una banca frente a mí. Era una mujer, no era hermosa, no era fea, no era una jodida gorda ni una jodida anorexica, era de pelo negro y de tez un poco quemada, se podría decir que era cercana a la perfecta. Ni tan puta, ni tan pendeja.
Mientras fumaba aquel maldito cigarrillo la miré, no sabía si esperaba a alguien o sólo perdía el tiempo, porque no hacía nada, más que mirar y mirar, al rededor, a mí, y al humo que se iba con mi aliento. Yo deseaba hablarle, era mi oportunidad, aunque poco tiempo atrás había pensado lo mierda que era aquello del amor, en el fondo yacía una tonta esperanza. Algo me decía que ella me esperaba, con ese pantalón ajustado que me decía; "Ven, ven, con suerte hoy me tocas, con suerte hoy me follas". Era sólo con suerte, yo solía no tener suerte, varías miradas se cruzaron, pero no sé porque no fui. Yo quería saber su nombre, yo quería besarla, y besarle su cuello, para proceder con sus pechos.
El tiempo no dejaba de pasar, y pronto dieron las 4:30 de la tarde y mi cigarro apenas se acababa. Sabía que iría tras apagar ese cigarro, cuando la colilla cayó sobre mi brazo izquierdo y me quemó. Me había limpiado aquellas cenizas y calmado la escoces de la quemadura cuando alcé mi rostro para mirarle, y me di cuenta que se fue. Como el humo de aquel cigarro, ella se fue. Por el tiempo que tiré, ella se fue. Tal vez como yo, faltando 15 para las 5 tenía algo que hacer.
Entonces me fui, con la misma culpa de siempre: Hoy tampoco lo logré. Hoy fallé otra vez.
Entonces me fui, con la misma culpa de siempre: Aunque pesimista lo sé; sé que no lo hice ayer, se que no lo hice hoy, sé que mañana tampoco lo haré.
Entonces deseé estar en el cagadero de mi casa una vez más.
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